Las mujeres en los mercados de trabajo de América Latina: Avances y desafíos

El papel de mujeres y hombres durante las últimas décadas ha experimentado cambios importantes, tanto en el mundo como en América Latina. La visibilidad de las mujeres en el hogar, la escuela, los mercados de trabajo y la sociedad en general, ha evolucionado notoriamente. Veamos algunas cifras:

  • Las mujeres van más a la escuela que los hombres. Mientras los hombres nacidos en 1940 alcanzaban un año adicional de escolaridad respecto a las mujeres nacidas el mismo año (6 vs 5 años respectivamente), para los nacidos en 1980 la situación se revirtió (9.5 vs 9.2 años de escolaridad promedio a favor de las mujeres). Hoy en día, en casi todos los países de la región la brecha de escolaridad favorece a las mujeres, con solo dos excepciones: Bolivia y Guatemala. La prevalencia de poblaciones indígenas en estos países sugiere algunas conexiones importantes entre el género y las disparidades étnicas (aunque esto puede ser motivo para otro post).
  • La participación laboral femenina ha aumentado, mientras la de los hombres se mantiene casi constante. La mayor parte del aumento en la participación laboral femenina en las últimas dos décadas se explica por el aumento entre las mujeres casadas jovenes. Durante el mismo período, la participación de la fuerza de trabajo masculina se mantuvo casi constante en la región. En otras regiones del mundo la participación de la fuerza de trabajo masculina incluso cayó (como en los países de la OCDE, por ejemplo). Sin embargo, los hombres siguen dominando los mercados de trabajo. Tres de cada cinco trabajadores en la región de América Latina son hombres. Por otro lado, la segregación ocupacional por género sigue siendo prevalente en la región.
  • La proporción de hogares encabezados por mujeres aumentó. A comienzos de la década de los 1990s, 1% de los hogares completos (aquellos en los que hay presencia del marido y de la esposa) y 80% por ciento de los hogares monoparentales estaban encabezados por mujeres. Hacia el final de la primera década del 2000 estos porcentajes se han incrementado al 9% y 82%, respectivamente.
  • La fecundidad ha caído. Este fenómeno se refleja, entre otras, en las estadísticas sobre la presencia de niños en los hogares. Mientras que a comienzos de la década de los 90’s una de cada nueve mujeres trabajadoras vivían en un hogar donde había al menos un niño de seis años de edad o menos, al final de la década del 2000 esto se redujo en casi a la mitad, una de cada quince. Este fenómeno, que ha sido relacionado con el aumento de la edad promedio para la primera concepción y los mayores precios en los mercados de trabajo, sugiere una reducción en las responsabilidades del hogar.
  • Las decisiones de matrimonio, la educación y el trabajo han evolucionado. Así como la mayor parte del aumento de la participación laboral femenina se ha visto entre las mujeres casadas jóvenes, este ha sido grande también entre aquellas con maridos más educados que ellas mismas y, como era de esperarse, aquellas mujeres que no tienen hijos o parientes ancianos en casa. Asimismo, las mujeres calificadas son menos propensas a contraer matrimonio (o vivir en pareja) que las mujeres no calificadas. Además, las mujeres calificadas en América Latina tienen más probabilidades de casarse con un hombre menos calificado que en otras regiones del mundo (Haussman y coautores http://web.hks.harvard.edu/publications/workingpapers/citation.aspx?PubId=7358).

 

Sin embargo, las mujeres siguen estando rezagadas frente a los hombres en un factor crucial: los ingresos laborales. Las mujeres han logrado progresos importantes en cuanto a su participación en los mercados de trabajo y el capital humano que aportan a él, pero los mercados siguen recompensándolas por debajo de sus pares hombres.

 

 

Disparidades de ingresos entre hombre y mujeres

A comienzos de la década de 1990, el promedio de la región indicaba que por cada 100 unidades monetarias que las mujeres ganaban en los mercados de trabajo, los hombres ganaban 116,32, una brecha del 16.32%. Para el año 2007, esa brecha fue del 8,8%. En términos brutos, la brecha se ha reducido ocho puntos porcentuales en dos décadas pero sigue favoreciendo a los hombres. Sin embargo, se sabe que estas brechas salariales de género son el resultado de diferencias de género en características individuales o habilidades laborales que son recompensadas los mercados. Por lo tanto, las disparidades brutas pueden ser un tanto engañosas, ya que la comparación de ingresos entre hombres y mujeres debe hacerse entre aquellos con características similares.
Al comparar ingresos laborales de hombres y mujeres con las misma edad y educación, las brechas de ingreso son más altas que aquellas observadas originalmente, y muestran una disminución menor que la mostrada líneas arriba (25% a comienzos de los 1990s y 22% para el final de la primera década de los 2000, respectivamente). Es un tanto paradójico que además de tener mayor escolaridad, las mujeres siguen ganando menos que los hombres. Otra variable que juega un papel importante en el análisis de los ingresos de las disparidades de género es el trabajo a medio tiempo. De hecho, mientras que una de cada cuatro mujeres trabajan a medio tiempo en América Latina, sólo uno de cada diez hombres que lo hacen.

Un ejercicio más refinado fue hecho de tal manera que se compararon hombres y mujeres con la misma edad, escolaridad, la presencia de niños en el hogar, presencia de otro generador de ingresos en el hogar, la división urbano/rural, tipo de empleo (se distingue por cuenta propia, empleados y empleadores) y tiempo trabajado (distinguiendo medio tiempo, tiempo completo y superior a tiempo completo). Los resultados mostraron que la brecha salarial por género fue de 34 por ciento en 1990 y de 30 por ciento a mediados del 2000, más del doble de lo que muestra la brecha no condicional.

Además, la baja paga de las mujeres respecto a los hombres con las mismas características es más pronunciada entre los trabajadores menos educados, en firmas pequeñas, aquellos que trabajan medio tiempo y sin un contrato formal de trabajo. La buena noticia, sin embargo, es que en estos mismos segmentos de los mercados laborales donde las disparidades de género son más pronunciadas, se han observado las mayores reducciones en las brechas de ingresos. Las brechas están disminuyendo y esto ha estado sucediendo donde son éstas son mayores. La velocidad de la reducción, sin embargo, no ha sido reflejo de la velocidad a la que las características de las mujeres, como la educación, mejoran. Todavía hay mucho trabajo que hacer a este respecto.

La persistencia en las desigualdades de género

Si las credenciales de las mujeres están mejorando, ¿qué es lo que explica la persistencia de dichas brechas de ingreso entre hombres y mujeres? Dos de las explicaciones más tradicionales han sido la discriminación y los roles de género. La evidencia reciente sugiere que la información puede ser un antídoto eficaz contra la discriminación. Los roles de género, profundamente arraigados en la cultura, pueden requerir un enfoque a largo plazo.

Veamos el primero. Hay buenos indicios de que la discriminación puede ser mitigada a través de la información. El trabajo de Castillo, Petrie y Torero para Perú da luces al respecto (http://www.iadb.org/res/publications/pubfiles/pubR-543.pdf). Ellos mostraron con herramientas experimentales que los individuos tienden a estereotipar. En ausencia de información, cuando se presiona a tomar decisiones respecto a la formación de grupos, los individuos utilizan las características observables tales como sexo, color de la piel y la altura como indicadores de productividad. Cuando la información real acerca de la productividad se pone de manifiesto, las personas no utilizan estas proxy y basan sus decisiones en los datos concretos, ya no sobre estereotipos. La información triunfa sobre la discriminación.

Respecto al segundo, la evidencia de que la menor paga de las mujeres respecto a los hombres es más pronunciada en el trabajo a medio tiempo, en firmas pequeñas, en el empleo por cuenta propia y en trabajos informales es igualmente reveladora. Estos segmentos de los mercados de trabajo corresponden a aquellos en los que se puede participar de manera flexible. La mujer ha conseguido ingresar a los mercados de trabajo, pero mayoritariamente en los segmentos flexibles, y en estos, la brecha salarial es más pronunciada. Dada la división tradicional del trabajo dentro de los hogares, y por lo tanto de las mayores responsabilidades de las mujeres, para una importante proporción de las mujeres la única opción para participar en los mercados de trabajo es participando con cierta flexibilidad. Esto reduce su poder de negociación para obtener mayores ingresos, aceptando menores salarios que sus pares hombres.

Los datos disponibles sobre el uso del tiempo corroboran esto. Entre el 70 y 80 por ciento del tiempo dedicado al trabajo doméstico en hogares de América Latina es contribución de las mujeres, mucho más que la contribución de las mujeres en otras sociedades. Por ejemplo, en los EE.UU. y Reino Unido la contribución de las mujeres al hogar es de alrededor de 60 por ciento. Cuando una mujer en América Latina trabaja medio tiempo, su participación en el trabajo doméstico se eleva al 80 por ciento o 90 por ciento, mientras que cuando se trabaja a tiempo completo su cuota es de entre 60 y 70 por ciento. Esto no ha cambiado mucho los últimos años.

 

Las opciones de política

 

Con este panorama surgen múltiples opciones de política, pero me centraré en tres: (i) la legislación para la igualdad de oportunidades, (ii) la difusión de información para reducir los estereotipos, fomentar cambios de actitud y fomentar los valores de igualdad, y (iii) la mejora efectiva del uso del tiempo de las mujeres y las responsabilidades del hogar.

La legislación relativa a la paridad de género no es nueva en la región. De hecho, la mayoría de los países tienen algún tipo de ley contra la discriminación y la protección de las mujeres dentro de sus sistemas. Dicha legislación está llena de buenas intenciones, pero lamentablemente la mayoría de ellas generan comportamientos no deseados que conducen a mayores disparidades de género. Una ley que, por ejemplo, garantiza la igualdad de remuneración para todos los hombres y mujeres que realizan el mismo trabajo incentiva a los empresarios a por lo menos dos tipos de comportamientos no deseados: (i) evitar las promociones de los empleados o (ii) contratar de manera informal. Esto, a su vez, introduce distorsiones en los mercados de trabajo provocando un uso sub-óptimo de los recursos, tanto a nivel micro y macro. La legislación para promover la paridad debe ser conceptualizada de una manera más integral, analizando no solo las potenciales consecuencias intencionales sino también las no intencionales de la ley. Un error muy común de este tipo de leyes es pretender regular los resultados (empleo, salarios o beneficios especiales) en lugar de insumos (disponibilidad de tiempo, por ejemplo). Un nuevo enfoque concentrado en los insumos promete mejores resultados. Un buen ejemplo podría ser la introducción más profunda de la licencia por paternidad. Hoy en día las licencias para las madres recientes superan notoriamente a las de los padres recientes. Esto a su vez, se ha argumentado, sirve como una fuente de desigualdad, ya que reduce la empleabilidad de las mujeres. Igualar los permisos de maternidad y de paternidad puede ayudar a nivelar el campo de juego respecto a las decisiones de contratación de hombres y mujeres. No sólo eso, la igualdad en términos de licencias también puede generar consecuencias positivas de los mercados de trabajo. Alentar a los hombres y las mujeres a dedicar el mismo tiempo a sus hijos recién nacidos y, por tanto, hogar, también puede derivar en hogares más armónicos, más justos con la negociación intra-hogar y la toma de decisiones. Esto a su vez alimentaría una división más justa de las responsabilidades, el tiempo y las oportunidades dentro de los hogares. Obviamente, en una sola regulación como esta, incluso bien aplicada y de cumplimiento consciente, no aportaría mucho para una sociedad más igualitaria si no se acompaña de un conjunto de medidas simultáneas en diferentes ámbitos.

En segundo lugar, como se discute en esta nota, la difusión de la información puede ser una herramienta eficaz para reducir los estereotipos en las actividades cotidianas. A veces, sin embargo, estos flujos de información no se pueden producir a la velocidad que requieren los mercados. No todas las interacciones sociales pueden beneficiarse de los flujos de información como en el ejemplo experimental de Perú. Entonces, la alternativa se convierte en la generación de flujos de información orientada a los cambios de carácter más permanente, no hacia cambios en situaciones específicas, culturales y de actitud. Un camino fructífero en ese sentido ha sido la introducción de programas de mentoría y redes sociales. Lograr que las mujeres entren al mercado laboral ha ayudado a cambiar las percepciones empleadores y compañeros de trabajo (masculinos y femeninos), superando los estereotipos. Pero herramientas de alcance masivo son necesarias. Las telenovelas, por ejemplo, han servido como instrumentos eficaces para cambios culturales y de actitud masivos. El trabajo de Chong y La Ferrara (http://www.iadb.org/res/publications/pubfiles/pubWP-633.pdf) ha puesto de manifiesto cómo la introducción sutil de modelos a seguir en las telenovelas brasileñas, a lo largo de décadas, ha inducido en cambios en las tasas de fertilidad y el divorcio de la clase media brasileña. Campañas masivas para hacer que las personas conscientes de las percepciones erróneas respecto a los roles de género en el trabajo y del día a día pueden jugar un papel importante. Pero hay que tener en cuenta que los valores igualitarios no se generan inmediatamente, requieren de cierto tiempo para ser generados. La generación de dichos valores comienza con la crianza, en el hogar, durante los primeros años y luego continuar en la escuela. En ese sentido todavía hay cuestiones pendientes. El trabajo realizado en Perú en el Grupo de Análisis para el Desarrollo (GRADE), con Benavides, sugiere que los sistemas escolares alimentan los estereotipos de género. En un análisis de los textos escolares oficiales de los grados cuarto y sexto, dos tercios de las imágenes humanas eran masculinas y solo un tercio femeninas. No sólo eso, sino que las imágenes de las actividades femeninas estaban relacionadas principalmente con el ocio y el trabajo doméstico, mientras que las imágenes de las actividades masculinas estaban relacionadas con el trabajo y la escolarización. Este hecho, sutil e inconsciente en la mayoría de los casos, respecto a la comunicación de estereotipos debe ser erradicado. Como ya se indicó en esta nota, las mujeres asisten a más a la escuela. Sí, pero ¿Qué están aprendiendo allí? Hay un campo de acción aqui.

La tercera recomendación que quisiera destacar es probablemente más costosa que las dos anteriores, pero a la vez, muy probablemente de mayor impacto, tanto en el corto como en el largo plazo. La recomendación es aliviar las restricciones en el uso del tiempo y las responsabilidades del hogar de las mujeres. La realidad es que las mujeres se encargan de cuidar a los niños en el hogar, lo que reduce sus posibilidades de participar plenamente en los mercados de trabajo. Por lo tanto, una forma eficaz de aliviar esas responsabilidades es que otros se encarguen de ellos. Expandir las redes para el desarrollo infantil y la ampliar las jornadas escolares para estudiantes de primaria pueden ser útiles en este respecto. La evidencia preliminar en esta materia sugiere que la duración de la jornada escolar es importante. Los horarios escolares cortos no han permitido liberar el tiempo suficiente para que la participación femenina en el mercado laboral aumente. O, sólo permiten la participación a medio tiempo, ateniéndose a las disparidades sustanciales de ingresos, como se mencionó anteriormente. Una liberación efectiva del tiempo de las mujeres para que lo dediquen a su participación en los mercados de trabajo, no solo implicaría un aumento de las ganancias en el corto plazo, sino también, en el largo plazo, proveería de la inversión más rentable socialmente y una herramienta eficaz hacia la igualdad social: una mejor educación.

Nota: este post es una traducción y adaptación del artículo “Pushing for Progress. Women, Work, and Gender Roles in Latin America” publicado en Harvard International Review, Summer 2011, Vol. XXXIII, No. 2. La mayoría de los resultados descritos aquí se discuten en “New Century Old Disparities. Gender and Ethnic Earnings Gaps in Latin America” (http://ideas.repec.org/p/idb/wpaper/4640.html), el addendum “Evolution of Gender Gaps at the Turn of the Century”  http://ideas.repec.org/p/idb/wpaper/4665.html) y un libro próximo a publicarse.