Los límites éticos y prácticos de la neuro-economía

Imagine que Usted está entrando a una entrevista como parte de su aplicación al mas atractivo trabajo que haya soñado. Va a tomar decisiones financieras con consecuencias vitales para el grupo que representa (escoja su favorito entre junta directiva, consejo directivo o votantes). Al terminar de conversar con su entrevistador sobre los últimos modelos financieros, sobre la aplicación de la última teoría económica, y su excelente hoja de vida, éste le pide que tomo un sorbo de Listerine®, lo retenga en su boca por unos segundos y lo vuelva a escupir en un recipiente que su entrevistador guarda y envía a un laboratorio.

Dos semanas después Usted recibe la grata noticia de que Usted cuenta con el allele 7+ del DRD4 y por ello lo han seleccionado para el trabajo. Usted después averigua que es parte de su código genético y que no todos los tienen. Es mas, también Usted se entera que las mujeres que habían aplicado para ese trabajo poco chance tuvieron después de la prueba del Listerine®.

En el último de los intentos por acercar paradigmas de otras ciencias a la economía, dos colegas , Dave Rand y Anna Dreber, colaboraron con un grupo de expertos de ciencias de la salud, y con expertos en Bridge para explorar las relaciones entre los marcadores genéticos y el comportamiento ante el riesgo. De manera muy sucinta, los resultados del estudio hecho con 237 participantes de un torneo nacional de Bridge en Estados Unidos, sugieren que hay marcadores o predisposiciones genéticas que predicen decisiones mas arriesgadas, y que esto se da especialmente en el caso de los hombres. Otro colega, Jeff Carpenter, había también explorado estas correlaciones con experimentos sencillos de decisión bajo riesgo, bajo ambigüedad y bajo pérdidas, con resultados también en esta línea.

Siguiendo hacia atrás, la colección de estudios que relacionan el sistema neurológico a decisiones económicas continúa sugiriendo que nuestro aparato cognitivo y de decisiones económicas tiene componentes hormonales y neurológicos en general que pueden ser medidos y que pueden permitir predicciones sobre decisiones importantes como la confianza hacia otras personas o el riesgo adoptado. El campo de la neuro-economía incluso ya cuenta con un curso electivo en nuestra carrera de economía (no lo dicto yo) y textos universitarios de mucha circulación.

La industria de publicación de resultados experimentales donde se ha administrado placebos y oxitocina para aumentar el nivel de confianza inter-personal sigue creciendo. Los trabajos de Paul Zak y su grupo, o Ernst Fehr y el suyo en Zurich siguen capturando la atención de la comunidad científica.

Lo que quiero abrir aquí como discusión es que tarde que temprano vamos a llegar a la pregunta de cajón: ¿Qué implicaciones de política tienen estos hallazgos?, o mas elegantemente, ¿Y eso para qué sirve?. Aquí tengo que confesar que veo implicaciones muy concretas pero también por concretas, peligrosas. La economía no dejará nunca de viajar entre lo normativo y lo positivo, y este si que es un dilema complicado.

Podríamos pre-seleccionar a nuestro comisionista de bolsa que va a invertir los dineros que ahorramos en nuestro fondo pensional. Habríamos evitado eventualmente lo que “Inside Job” describió tan claramente sobre la crisis que recien golpeó a buena parte de la economía mundial. Alguien podría argumentar que el costo social de esa debacle más que compensaría los costos éticos de haber evitado que personajes con cierta predisposición genética al riesgo se mantuvieran a metros de ciertas decisiones al no contar con un sistema de chequeos y balances. Podrían los corredores de bolsa incluir un filtro genético en su sistema de reclutamiento, o controlar los horarios y días de la semana de acuerdo a los niveles de testosterona de sus brokers? Podrían los bancos centrales o los ministerios de hacienda o las tesorerías, pre-seleccionar a sus funcionarios que hacen decisiones en cuestión de minutos para asignar recursos de tesorería? Reconociendo un nivel de generalización un poco exagerado, la respuesta a casi todas es positiva. Ahora, deberían hacerlo? No estoy tan seguro.

Voy a comenzar por un primer punto que ya ha sufrido de suficiente debate y controversia, en buena medida popularizado por Larry Summers y sus desafortunadas apreciaciones acerca de las diferencias de género en el desarrollo de la ciencia. Es cierto que la tolerancia al riesgo es tal vez la única evidencia robusta de diferencias por género que se ha encontrado en estudios experimentales, y confirmada en buena parte de estos estudios que exploran los marcadores genéticos. Deberían entonces los mercados laborales segmentarse por género de acuerdo a las habilidades en la toma de decisiones frente a situaciones de riesgo? Si me preguntan, prefiero asumir las pérdidas de eficiencia y continuar el camino lento y seguro de construcción de instituciones que reconocen y abren las mismas posibilidades para mi hijo y para mi hija. Es obvio que en ciertas situaciones quisiera que alguien más tolerante al riesgo tomara decisiones financieras que afectan mi bolsillo, pero en otras quisiera alguien en el otro lado del espectro.

Pero más allá del género hay una serie de marcadores genéticos en la población que podrían predecir sesgos sistemáticos a favor o en contra del bienestar del decisor o de los afectados por su decisión. En el caso del estudio de Bridge, quienes tenían un nivel particular del receptor de dopamina D4 (DRD4) tomaban buenas decisiones de riesgo y además evitaban malas decisiones de riesgo. Ahí hay elementos interesantes, al menos para auto-evaluarnos si es del caso.

Fehr, por ejemplo, ha realizado experimentos en que al administrar sustancias como la testosterona que alteran el sistema neurológico logran cambiar comportamientos económicos en situaciones controladas de laboratorio. De nuevo, incluso bajo el supuesto de  que las dosis aplicadas no afectan la salud de las personas, alguien podría pensar en ambientes laborales en que se administren sustancias con el fin de generar comportamientos benéficos para la empresa y sin afectar el bienestar de los trabajadores, por ejemplo aumentando la confianza o el altruismo, o para reducir la aversión al riesgo. Volvemos a la pregunta sobre lo normativo y el trade-off entre ética y eficiencia.

Estas observaciones y sus implicaciones no son recientes, ni mucho menos. En la Teoría de los Sentimientos Morales ya Adam Smith hacía un buen recuento de lo que posteriormente la ciencia confirmó en varios de estos aspectos del sistema neurológico. La última de estas confirmaciones se dio por parte del grupo de neurocientíficos que recibieron el premio Príncipe de Asturias del 2011 por su descubrimiento de las neuronas espejo que al parecer nos permiten a humanos y otros primates recrear en nuestra mente los sentimientos del otro y así poder ejercer el sentimiento de la empatía que guía tantas interacciones sociales. Arrow bien lo decía, “prácticamente cada transacción comercial tiene inherente a ella un elemento de confianza”. Es muy probable que la confianza requiera de niveles de empatía para poder lograr las ganancias mutuas del intercambio que de otra manera sería altamente costoso lograr a través de un contrato vinculante.

Estamos pues completando el círculo a través de los avances en instrumentos de medición y del diálogo de la economía con otras ciencias. Volvemos a los orígenes de esta disciplina, aquellos en la filosofía política y moral.

Las compañías de seguros, el sector de la salud, los sistemas financieros, y las asambleas de accionistas quisieran tener a la mano información oculta hasta ahora para ellos sobre nuestra propensión hacia el riesgo, la confianza, el crimen o la amabilidad. Pero, queremos revelar estos datos? Queremos obligar a los ciudadanos a revelarlos? Mas aún, queremos conocerlos?

Por esa precisa razón volvemos al problema de la moralidad en el análisis económico, y al tal vez innecesario distanciamiento del análisis moral y el criterio Paretiano. Sin duda el uso de la información asimétrica sobre estas propensiones del agente y para beneficio del principal puede reducir costos sociales ya conocidos y en ocasiones sustanciales. Renunciar a esa información para garantizar el derecho a la identidad y a la privacidad puede bien pagar esos costos. No se qué piensan Ustedes.