Los costos de manejar mal un monopolio estatal

La economía de mercado está basada en la convicción – fundada sobre la evidencia de miles de años de historia de la humanidad – de que los mercados nacen solos, desde abajo. Cuando suficientes personas quieren algo y están dispuestas a pagar por ello, aparecerá un mercado. Puede tratarse del último invento que MAC haya conseguido poner de moda, de la película de Harry Potter, de cocaína o de prostitución infantil. La lógica por la cual existen esos mercados, más allá de lo aberrante que nos puedan parecer algunos, es la misma: porque hay mucha gente que está dispuesta a pagar un precio suficientemente alto por el “producto”.

En muchas circunstancias, por motivos obvios, el estado toma como su responsabilidad impedir que un mercado exista: prostituir menores de edad es un delito grave en todo el mundo. Proteger a los más débiles es quizás el primer deber de todo estado.

En algunos otros casos, la guerra que los estados han librado contra algunos de estos mercados ha generado costos inmensos y se ha abandonado: es el caso de la “ley seca” a principios de siglo en los Estados Unidos.

En otros casos, el estado no impide el funcionamiento del mercado, pero lo controla,  en algunos asumiendo el papel de monopolista. Es, por ejemplo, el caso de los teléfonos en Argentina hasta principios de los 90. Nadie espera hoy en Argentina que los teléfonos vuelvan a ser monopolio estatal. Pero si se duda sobre la conveniencia o no de volver a “estatizar” otras empresas, tal como se hizo con Aerolíneas Argentinas.

Pero nadie puede dudar que la seguridad deba ser un monopolio estatal. Para que una sociedad funcione de manera saludable, el estado debe ejercer legítima y eficientemente el monopolio de la fuerza. Y ese monopolio no está funcionando bien.

Las dolorosas escenas que vivimos estos días son consecuencia exclusiva de ello. Varias anécdotas que aparecieron en los medios generaron cierta sorpresa pero son consecuencia directa del mismo problema.

Por ejemplo, genero revuelo que ocupantes de algunos de los predios ocupados los pusieran inmediatamente a la venta. Porque la sorpresa? Una vez ocupado, el predio tiene valor  – todo pareciera sugerir que el censo que se ha realizado terminara convalidando eso de una manera o de otra. Una vez que falla el monopolio estatal, las fuerzas del mercado lo reemplazan.

También genero sorpresa la presencia de “barrabravas” en el conflicto. Si el estado no ocupa legítimamente su lugar como monopolista, aparecerán profesionales de la violencia dispuestos a ocupar su lugar. A quien esperamos que se contrate para “defender los derechos” cuando falla el estado? La sorpresa hubiera sido ver contratadas  como profesionales a un aguerrido grupo de monjas carmelitas.

Cuanto más se tarde, más caro será. Como con cualquier mercado, una vez que una estructura existe, es difícil desarmarla. Es que no aprendimos en los ochentas el costo de tener “mano de obra desocupada”?